La Leyenda del Ceibo
Desde lejos puede parece ser un árbol frágil y sencillo, uno más del montón, pero cuándo nos acercamos podemos ver su grandeza y belleza. No por nada el "El Ceibo" es la flor nacional de Argentina y Uruguay. Posee cualidades botánicas únicas. Su estética se relaciona a los valores identitarios de estas regiones. Y su leyenda americana es un grito en contra de la opresión.
Corría el año 1942 cuándo el Director de Paseos y Jardines de La Plata, Alberto V. Octaven, vio cumplida su iniciativa: Encontrar la Flor Nacional. Esa que represente la historia y cultura de todo un país. Finalmente su iniciativa fue reglamentada por el Decreto Nº 138474/42.
Algunos botánicos consideran al Ceibo como una flor perfecta porque presenta los cuatro ciclos florales: cáliz, corola, androceo y gineceo. En consecuencia se trata de un ejemplar hermafrodita. Crece preferencialmente en las zonas ribereñas y deltas a medida que el agua distribuye las semillas. Estas se arraigan en la arena y colaboran en la consolidación del suelo. También es común verlo crecer en zonas de lagos y pantanos.
El “Erythrina Crista-Galli” es un árbol de tamaño mediano originario de la Sudamérica. El tamaño promedio suele ser entre 5 y 10 metros, con un diámetro de un metro. Al ser encontrado a lo largo y ancho del país, es una fiel representación nativa del ideal federal.
El color rojo se asemeja al gorro frigio del Escudo Nacional, un símbolo de los valores republicanos y las libertades empuñadas durante la Revolución Francesa y la Revolución de Mayo. Esto no es un dato menor si consideramos que en 1942 el país estaba dominado por los "fraudes patrióticos", la violencia política y una creciente empatía hacía los modelos fascistas. Esto hizo que originalmente el color rojo solo sea mencionado superficialmente, y no como una representación simbólica de valores.
Con el objetivo de elegir la Flor Nacional, Alberto Octaven encabezó un proyecto que incluyó un sondeo nacional y un estudio internacional. El resultado no tuvo espacio a las dudas. El Ceibo era un ejemplar instalado en el imaginario colectivo del país y del mundo. Además era ampliamente mencionada en poemas, narraciones, historias y leyendas precolombinas. En una carta del 2 de diciembre de 1851, el ex-Presidente Domingo Faustino Sarmiento le escribe a su hijo "De mi viaje a Entre Ríos, te cuento que hay en todas las orillas del Paraná y del Uruguay hay bosques enteros de ceibos que ahora están floridos. Que te muestren allá un ceibo y verás que flores lindas".
La Leyenda del Ceibo
Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita de rasgos toscos llamada Anahí. Cada tarde de verano deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y en el amor a la tierra de la cual eran dueños. Pero un día llegaron los invasores. Esos atrevidos y aguerridos seres de piel blanca arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó largos días llorando, mientras que por las noche cantaba con la esperanza de volver a ser libre. Un día el sueño venció al centinela, y ella intentó escapar, pero al hacerlo el carcelero despertó. Tras forcejar, ella logró arrancarle el puñal, lo hundió en el pecho del guardián, e inició su fuga.
El grito del moribundo centinela despertó a los otros españoles, quienes salieron en una persecución que pronto se convirtió en cacería en contra de la pobre Anahí. Al poco tiempo fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.
La ataron a un árbol e iniciaron el fuego. Las ardientes lenguas parecían no querer alargar sus manos sobre la doncella indígena. Sin murmurar palabra, con su cabeza inclinada hacia un costado, anhelaba su libertad. Fue entonces cuándo comenzó a cantar una invocación, una completa entrega de amor a la selva y a la tierra. Finalmente una llamarada subió por los aires y la abrazó frente a sus captores.
Tras consumirse el fuego, no había quedado rastro alguno de Anahí; pero esa misma noche su canto volvió a resonar en el viento. A la mañana siguiente sus verdugos volvieron al lugar y encontraron un hermoso árbol con rojas flores aterciopeladas que se mostraban en su máximo esplendor.