1893 - Choque de Rebeldes - Parte 2
Con la Provincia en llamas y rodeada de Rebeldes, se podría pensar que el Poder está en las armas o en las grandes masas populares. Pero a veces las apariencias engañan.
Un Giro Inesperado.
Con la rendición de Gobierno Provincial, el armisticio declarado por Nación, y la aceptación del triunfo radical; todo parecía estar encaminado.
El 9 de julio las tropas al mando del General Campos abandonaron las posiciones sobre el Arroyo del Gato y se encaminaron hacía el centro. A las 10:30 comenzaron a llegar a la Plaza Primera Junta (hoy San Martín) para entregar las armas. Tres horas después se subieron a un tren expreso con rumbo a Capital Federal.
En simultáneo, Martín Yrigoyen partió de Temperley hacia La Plata al frente de 2.500 hombres de vanguardia; mientras que Hipólito viajó en la retaguardia con otros 4.000 milicianos. El resto se quedó en el cuartel general. El trayecto no fue fácil porque una y otra vez debieron sortear los obstáculos y los levantamientos de vías que habían realizado los mitristas y costistas. El propio Coronel Ramón Falcón había ordenado dañar los cruces sobre el Arroyo del Gato para crear una defensa perfecta.
Se esperaba que las boinas blancas arriben en Tolosa, dónde los esperaban más partidarios del radicalismo y los vecinos de la zona; pero el tren continuó unos kilómetros más. Según las crónicas de Luís Ricardo Fors, continuaron el viaje hasta el Camino Blanco y formaron un primer campamento en los Hornos Serrano. En el acuerdo alcanzado se había estipulado que las tropas no ingresarían el eje gubernamental para evitar actos de violencia con el bando derrotado y por posibles excesos durante los festejos. Por eso mismo el ejército radical desfiló desde 13 y 44 hasta el Hipódromo de La Plata, donde se montó un nuevo y definitivo campamento. También se habrían ocupado algunos sectores del Paseo El Bosque. Durante todo el trayecto fueron recibidos con ovaciones, bandas musicales, banderas y regalos. Finalmente la muchedumbre y los periodistas se congregaron en el campamento central, dónde se encendieron fogatas y se celebró.
Mientras tanto los líderes aprovecharon el momento dirigirse a los ministerios y organizar la posterior asunción. Además el nuevo gobernador Juan Carlos Belgrano se reunió con los ministros Del Valle y Enrique Quintana para formalizar los términos y pasos a seguir. Los representantes de la nación viajarían a CABA para llevar las nuevas noticias al Presidente y volverían al día siguiente para iniciar el desarme. Cuándo esta etapa terminara, también se retirarían los 600 miembros del Ejército. A las 3:30 de la mañana Del Valle volvió a La Plata para reafirmar el consentimiento del Presidente Luís Sáenz Peña.
El 10 de agostó comenzó siendo un día confuso, pero muy alegre. Por un lado continuaban ondeando las banderas, reabrían los comercios y el Hipódromo se había convertido en un “paseo familiar” para saludar a los rebeldes. Pero en el Palacio de calle seis, el nuevo Gobernador tuvo que lidiar con las tropas nacionales que no querían dejarlo entrar a la Casa de Gobierno. Superado este problema, llegaron los representantes del gobierno nacional y ordenaron que el Ejército solo protegiera los edificios federales.
Ya con pleno control, el Dr Juan Carlos Belgrano nombró ministros, secretarios y comisarios. También debió constituir un gobierno municipal porque Miguel Goyena y sus allegados habían abandonado la ciudad. Entre elegidos para los cargos hubo figuras muy relevantes de la vida platense como el Dr Alejandro Korn (intendente provisional), Luís Monteverde (Secretario) y Carlos Fajardo (fue el Primer Mandatario de la ciudad).
La primera prioridad fue garantizar el funcionamiento de los servicios públicos, la seguridad en las calles y la reactivación de la maquinaria estatal. Era muy necesario terminar de arreglar las vías, los puentes y la línea telegráfica (cortada por orden de Julio Costa). En simultáneo se prosiguió con el objetivo político de la revolución. Para esto se decretó la creación de un nuevo padrón electoral provincial con un plazo de 30 días.
Poco a poco las ciudades y los ministerios fueron recobrando vida. El 14 de agosto el diario La Prensa dijo “Las galerías del Hipódromo, así como los palcos del mismo, se veían colmados de familias platenses, lo que daba alegría y animación”. Al igual que los cuentos de hadas, todo parecía uno de esos finales felices, pero la realidad es que alguien aun no había mostrado sus dientes.
El 6 de agosto un tren había sido detenido por los revolucionarios en la Estación Hadeo, pero luego de unas horas lo dejaron continuar. Aquí viajaba el Dr Carlos Pellegrini, quien volvía a toda prisas desde Rosario de la Frontera (Salta). A su interpretación el Ministro Del Valle era un peligro para la oligarquía nacional y el status quo.
El mismo 7 de agosto comenzaron las reuniones con los legisladores que respondían a Pellegrini, Roca y Mitre. Tres días más tarde, e ignorando el acuerdo del Poder Ejecutivo Nacional con la Provincia de Buenos Aires, el Congreso aprobó una nueva intervención federal en el territorio bonaerense. Esto no solo dinamitaba el ascenso del radicalismo y la convocatoria a elecciones, sino que también atacó la credibilidad y fuerza de Presidente.
A las 14 horas del 12 de agosto ocurrió una reunión clave entre el Presidente y su Gabinete. Fue entonces cuándo el ministro Aristóbulo Del Valle se enteró de la nueva intervención. Inmediatamente pidió ser nombrado en dicho cargo. Sin dudas era el oficialista con mejor imagen para los rebeldes y podría evitar un nuevo levantamiento. Pero el Dr Luís Sáenz Peña, además de haber recibido una ley votada casi por unanimidad, también había recibió un consejo: el interventor debía ser Carlos Tejedor, una de las figuras más cuestionadas del momento. Había desconocido la Constitución Federal de 1853, creo el Estado-Nación de Buenos Aires (1852-1861), y más tarde lo volvió a intentar en 1880 al rechazar las elecciones y la federalización de Capital Federal. Siempre mediante el uso de las armas.
Este polémico nombre habría sido propuesto por el gobernador renunciante Julio Costa, aunque los historiadores Julio Noble y Roberto Etchepareborda, no se han puesto de acuerdo en si el contacto fue con Pellegrini de intermediario o directamente con Sáenz Peña. Pero más allá de cómo se construyó la segunda trama política, el hecho es que el ministro Del Valle no pudo tolerar el abrupto giro presidencial. No solo se traicionaban los acuerdos del 9 de agosto, sino que también se le entregaría todo el poder a un adversario personal y los rebeldes tendrían motivos para retomar las armas. Acto seguido renunciaron los ministros Del Valle (Guerra y Marina), Demaria (Hacienda), López (Interior) y E. Quintana (Justicia). Unos meses más tarde también renunció Valentín Virasoro de la cartera de Relaciones Exteriores. Literalmente hablando, todo el gabinete rechazó el abrupto cambió.
Finalmente ese día Carlos Tejedor no fue nombrado como interventor. Pero a las costas del Río Santiago si llegó el General Bosch, a bordo de la bombarda “Río Bermejo” y “Maipú”. También trajo consigo dos batallones de infantería de línea y uno de marineros. Se instaló en el puerto y recibió la comitiva provincial encabezada por el gobernador Juan Carlos Belgrano e Hipólito Yrigoyen. Los levantamientos armados habían terminado en todo el país. El único ejército rebelde en pie estaba en La Plata, semi desarmado, aislado y amenazado por un ejército profesional muy bien pertrecho. La orden era acelerar el desarme y retiro de las milicias como se habían comprometido con el ahora ex Ministro Del Valle.
La ciudad volvía a quedar merced del miedo, la angustia y la opresión; pero esta vez por quienes querían entrar. Los comercios y las ventanas amanecieron encerrados. Las banderas desaparecieron gradualmente. En el hipódromo las tropas ya no festejaban, se preparaban para un nuevo enfrentamiento, a la espera de baño de sangre peor al de 1890. O incluso se temía que en estas tierras comenzaría una nueva y generalizada guerra civil.
Las negociaciones fueron largas e intensas entre Nación y Provincia. Los primeros necesitaban una pacificación rápida, antes de que comiencen nuevos levantamientos por todo el país. Los bonaerenses necesitaban garantizar un futuro y un poder más competitivo, con más oportunidades. Los radicales se comprometieron a terminar con el desarme y disolución de las tropas, mientras que Nación no nombró un gobierno provincial de facto.
El 13 de agosto las milicias radicales marcharon sobre la Plaza de la Legislatura (San Martín). Dejaban sus armas a un costado e ingresaban a la estación de trenes (Pasaje Dardo Rocha) para volver a sus casas. El momento no fue fácil; había insultos, empujones y provocaciones. Las revanchas y los castigos habían sido comunes después de la Revolución del Parque (1890), y estaba el temor de que se vuelvan a repetir.
Aproximadamente a las 16 horas comenzó y se descontroló una riña. Los disparos comenzaron a retumbar dentro de la Estación. Un infante y dos revolucionarios cayeron muertos en el medio del tumulto, mientras que otros 17 rebeldes resultaron heridos. La serenidad solo volvió después de una acalorada discusión entre el Coronel Martín Yrigoyen y el General Bosch. Había logrado una masacre mayor.
Mientras tanto el Ejército Nacional rodeo la Casa de Gobierno, el Palacio Legislativo y los Ministerios. Dejaban que las personas evacuaran los edificios, pero no que volvieran a entrar. Se trataba de un estado de sitio no declarado en contra de las Instituciones de la Provincia de Buenos Aires. El Gobierno Provisional intentó comunicarse con la Nación en reiteradas oportunidades, pero la respuesta siempre fueron negativas y silencios absolutos. De este modo Juan Carlos Belgrano y dos de sus ministros jugaron su última carta. Viajaron hasta Buenos Aires para solicitar una audiencia urgente con el Presidente y el nuevo Ministro del Interior. Pero nuevamente encontraron un rotundo “no”. Nuevamente se había roto el acuerdo.
Finalmente el 14 de agosto se difundió un folleto en nombre de la Junta Revolucionaria. Anunciaban que “no tiene otro recurso que devolver al pueblo el mandato que del pueblo recibió en momentos difíciles, cuando la revolución dominaba con aplauso la casi totalidad de la Provincia”. Con fin de evitar consecuencias más graves contra propios y locales, entregaron el Poder.
El 14 de agosto se intervinieron las provincias de Buenos Aires y Santa Fé. El 18 fue el turno de San Luis. Además el 17 se había declarado el Estado de Sitio prohibiendo las reuniones, algunos derechos individuales y los periódicos opositores. En el territorio bonaerense Eduardo Olivera asumió el 18 de agosto. Previamente había sido uno de los fundadores de la Sociedad Rural Argentina. Para su gobierno nombró un gabinete con fuerte presencia de mitristas (Unión Cívica Nacional) y Costita (Partido Autonomísta Nacional / Ala Modernista. Por su parte el Presidente Luís Sáenz Peña hizo algo similar, encabezando su mesa con la figura de Manuel Quintana. En pocas palabras, el ex Presidente Bartolomé Mitre fue el ganador pese a no tener el mejor ejército, cargos estratégicos ni aliados solidos.
Epílogo.
Hay muchas formas de construir el camino hacía el Poder, pero normalmente cuánto más heridos y traicionados quedan, más difícil es conservarlo. Es un camino por dónde nacen tiranías o gestiones que solo alargan su agonía.
El control de los ministerios no le duró mucho tiempo a los mitristas. En septiembre de 1893 Eduardo Olivera tuvo que renunciar luego de cerrar a Legislatura. Los partidarios de Costa no lo dejaban gobernar ni cumplir su meta de celebrar elecciones. Además el General Bosch era mal visto por simpatizar con los costistas y los roquistas.
De este modo terminó asumiendo Lucio Vicente López, miembro del PAN del ala “modernista” y con ideas propias. Este inesperado giro trajo el retorno del amado ingeniero Pedro Benoit como “Intendente en Comisión”. Con este nombramiento López esperaba pacificar el ambiente local, aunque al ex Presidente Roca no le gustó la movida porque seguía sospechando del Dr Dardo Rocha. De todos modos la llegada de Benoit permitió que se regularicen los impuestos, deudas y planificación urbana que había sido abandonada por la gestión de Goyena (costista-roquista).
Finalmente el eje Mitre-Roca-Pellegrini-Costa habían ganado la rebelión, pero fueron perdiendo la unión. Crecieron las internas, las rivalidades y las desconfianza. Mientras que el Presidente Luís Sáenz Peña, solo y extorsionado por sus propios padrinos políticos, también terminó por renunciar en 1895.
Tristemente las elecciones de 1894 no fueron felices. El radicalismo obtuvo la mayoría de los votos, pero no fueron suficientes para controlar el Colegio Electoral y se determinó que Guillermo Udaondo sería el nuevo gobernador electo. Miembro de la Unión Cívica Nacional, puso una de cal y otra de arena. Pero esta ya es una historia de otro color.
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